• A menos de un año de su partida, conversamos con los hijos del destacado audiovisualista e investigador temuquense, donde destacaron el lanzamiento de su libro póstumo que homenajea al árbol símbolo de Araucanía y de la gente mapuche pewenche.
  • “Él sentía una especie de deuda con la región, con su gente y también con su fauna y vegetación, y con la araucaria sobre todo. Él entendía que parte de sus logros en la vida fueron gracias a que se había propuesto mostrar al mundo las singularidades del territorio en el que vivía”, nos contaron sus hijos.

Para la elaboración de esta entrevista, conversamos con Habana, Marietta, Relmu, Oriana y Kian, quienes, desde distintos lugares del mundo, aportaron con sus respuestas e impresiones sobre la vida y obra de su padre.

Juan Carlos en su vida cotidiana

Juan Carlos vivió su infancia en el Temuco “de La frontera”, en la calle Carrera, que pasaba por la plaza del hospital y llegaba hasta el Cementerio General. Desde pequeño se integró a la vida del barrio compartiendo con otros niños los juegos colectivos típicos de ese tiempo: las bolitas, el trompo, los volantines, subirse a los árboles de la plaza, cuando todo ocurría en la calle, cuando ver pasar un auto era una novedad y aún no había televisión. Su primer acercamiento a las imágenes en movimiento fue alrededor de los seis años, cuando un vecino de origen francés -Carlos Pasterrieu- comenzó a proyectar películas desde su casa hacia la calle. Junto a otros niños compartían esta mágica experiencia sentados en la solera; entonces estudiaba en la escuela San Francisco que quedaba a dos cuadras de su casa. Compartió sus años adolescentes junto a su hermano Manuel y su primo Gilberto Ortiz, con quienes solía recorrer el cerro Ñielol en bicicleta. A él le gustaba permanecer horas en el taller de reparación de bicicletas, donde hacía de ayudante y aprendiz.

Primeras fotografías

A comienzos del año 1979, ya con veintitantos años, regresaba a Temuco después de trabajar un año y medio en Venezuela, con el dinero suficiente para comprar su primer equipo fotográfico e instalar un laboratorio de revelado en la casa familiar, donde comienza a plasmar sus fotografías en blanco y negro. Así comienza a retratar la “modernidad” que asomaba en las calles, plazas y en cada lugar donde se daba la interrelación entre el mundo mapuche y la ciudad expresada en los oficios, el comercio ambulante y en las diversas formas de habitar el espacio urbano. Muy sensible a los contrastes, su fotografía documentó la desigualdad, las actividades cotidianas inadvertidas para el ciudadano común, recorriendo la ciudad y los suburbios para encontrar al vendedor de diarios, la mujer mapuche sentada con su canasto de frutas y hortalizas, la gente mayor y su paso lento en las cercanías del hospital. En ese momento histórico, socialmente tan complejo por la contingencia política en el contexto de la dictadura militar, se conocieron con quien fuera su compañera por casi 40 años, Habana Muñoz Suazo. Juntos impulsaron acciones que podrían considerarse contraculturales, ya que “lo cultural” estaba dominado por las voluntades económicas y militares de la época. Buscaron formas y oportunidades de expresión, para sentirse parte de un colectivo que les proporcionara identidad y seguridad, ya que en esos años fueron perseguidos por sus convicciones políticas. En los años 80’, el arte y la música forjaron un vínculo afectivo que se consolidó con su matrimonio y con la llegada de su primera hija, en 1982. La paternidad marcó la vida de Juan Carlos, quien asumió su rol con esmero y desde el cual estuvo aprendiendo como el más fino oficio, hasta sus últimos días. Como esposo y compañero fue cariñoso y protector, un maestro de vida difícil de igualar.

Activo e inquieto

Él era un hombre muy activo, inquieto, ágil… de espíritu juvenil y con la curiosidad de un niño. Por sobre todo observador, estaba atento al entorno en todos los niveles, no sólo de las aves, la vegetación y el clima, sino que, de la iluminación y decoración de interiores, del vestuario, los sonidos, olores y aromas, ya que su sentido estético -y olfativo- (risas) era muy superior a la media. En su cotidiano era muy organizado, estaba más tranquilo si tenía todo planificado con antelación, tanto para recibir invitados en su casa como para atender sus compromisos de trabajo, y en ese sentido el factor clima estaba siempre en su radar, ya sea para prevenirnos de algún riesgo asociado o para hacer algún paseo. El sentía que “como es afuera es adentro”, ya que las estaciones iban modelando su estado anímico de una forma muy singular, que además él iba retratando a través de su oficio como fotógrafo. Una de sus mayores preocupaciones era la sustentabilidad, y sin duda la calefacción ocupaba un lugar prioritario dentro de sus ocupaciones, no sólo para enfrentar el frío, la lluvia y la humedad de nuestra región, sino que para buscar soluciones más eficientes para el manejo responsable de los recursos naturales y hacer los espacios más confortables.

Si bien era una persona muy conversadora y llena de ideas, disfrutaba -y necesitaba mucho- sus momentos de soledad y silencio. Creemos que nuestras ruidosas infancias irrumpían esa necesidad poniendo a prueba su paciencia, aunque el último tiempo reconoció que extrañaba los tiempos en que éramos pequeños y había tanto alboroto en su día a día. Fue quizás esta misma contradicción la que lo llevó a ser una persona con grupos de amigos reducidos, pocos pero buenos, a pesar de su indiscutida fama en diversas redes sociales. También en sus últimos años se interesó por realizar viajes junto a sus amigos y amigas fotógrafas, para explorar la fotografía desde un lugar ahora más colectivo e inclusivo, donde recalcó mucho su admiración por la fotografía hecha por mujeres. Si se pudiese resumir de alguna manera su rol como amigo, podríamos decir que él trascendía en ese continuo que era acompañar a quienes quería, siempre brindando un buen consejo, una comida nutritiva y frugal, y en ese sentido, aunque fuimos sus hijos y familia, también pudimos sentir su amistad.

Hoy todavía es muy difícil hablar en pasado de cómo era porque de alguna forma no se ha ido, sigue siendo y estando de muchas formas. Sin embargo, haciendo el ejercicio retrospectivo, en su cotidianidad lo recordamos siempre como una persona dinámica, preocupado de su salud, del bienestar de su familia, comiendo una manzana o algunos frutos secos mientras hacía una pausa durante su trabajo en alguna artesanía, mueble, sus abejas, la casa, documental o fotografía. Porque así era, una persona con múltiples talentos, todos trabajados y practicados arduamente de forma autodidacta y con variados manuales que nos vamos encontrando en su casa del campo. Todos hechos con pasión y con prolijidad. Fue una persona que se sorprendía por todo y por todos, queriendo construir cosas, elaborar nuevas creaciones con sus manos. Un constructor, un artesano, un artista.

La fotografía

En primer lugar, él tuvo la fortuna de contar con amigos que, durante el verano, iban a trabajar y pasar la temporada a zonas rurales, cerca de Carahue. Esos viajes y días estivales forjaron un recuerdo muy hondo en su memoria, que siempre recordó con mucho cariño, tanto por las amistades que construyó como por los aprendizajes relacionados a la vida en la naturaleza y en el mundo campesino de La Araucanía.

En otras ocasiones, sus padres (Olympia Ortiz y Máximo Gedda) y hermanos (Francisco, Máximo, Carmen y Manuel) pasaron algunos veranos en Lican Ray, lo que también lo conectó con otra parte de la región: los lagos y volcanes. A su vez, tempranamente se sintió maravillado con la tecnología y la capacidad de plasmar imágenes sobre un soporte visual, con el trabajo que le mostraron sus hermanos y otros amigos del sur y también de Santiago. Sus inicios estuvieron asociados a fotografías más sociales, etnográficas, de su entorno, su barrio, las personas que transitaban por la feria, el cerro Ñielol, la plaza del Hospital y otros espacios. Así, nosotros creemos que él se fue relacionando con los paisajes y realidades de la región, al mismo tiempo que crecía su interés por el mundo visual, fotográfico y también por el de la televisión. Al respecto fue siempre muy crítico de los contenidos programáticos, ya que su compromiso y vocación -que compartió con sus hermanos- era nutrir ese nuevo medio de comunicación con imágenes de lo que más cautivaba su atención e interés: la diversidad geográfica, natural y humana de nuestro país, y con bastante énfasis -en el caso de nuestro padre- de La Araucanía.

La Araucaria

Por último, según él nos comentó, sentía una especie de deuda con la región, con su gente y también con su fauna y vegetación, y con la araucaria sobre todo. Él entendía que parte de sus logros posteriores en la vida fueron gracias a que se había propuesto mostrar al mundo las singularidades del territorio en el que vivía. Es cierto que su talento fue particular, su mirada estética era fina, transparente y elegante, sin florituras. Como él. Al mismo tiempo, tal cual como se sorprendía con el funcionamiento químico de la fotografía, o por la biología de las plantas y los animales, o por la belleza de las nubes de la zona cordillerana y lacustre, también se maravillaba permanentemente por la riqueza y profundidad de las vidas cotidianas de las personas, los oficios, la dedicación, el esfuerzo, el trabajo arduo y la belleza de sus resultados, ya fuese en un pájaro tallado en madera, o una tortilla al rescoldo hecha en un fogón, o una manta tejida a telar, o las papas plantadas y cultivadas por la gente en el campo. Creemos que él realmente conoció esa Araucanía profunda y en transformación, ya sea a través de la imagen fija o en movimiento.

Entonces, como suponemos que ocurre en la vida de las personas, las vivencias y experiencias se forjan en un crisol, que a veces da como resultado personas con voluntades muy fuertes y una gran determinación por hacer lo que les apasiona. Creemos que parte de sus enseñanzas como docente y compañero de trabajo nacieron de los desafíos cotidianos que pudo compartir con quienes le rodeaban, intentando buscar siempre las mejores soluciones a los obstáculos -señalando la enseñanza y moraleja- y por sobre todo, haciendo “encuadres” y poniendo en “foco” el alma de las cosas, que curiosamente él sabía retratar desde su exterior. La fotografía, entonces, resultó ser el soporte que le permitió mantener vivos los paisajes, las personas y los recuerdos -a pesar de los cambios y transformaciones- de lo que su ojo atento podía captar.

El pueblo mapuche

Nuestro padre sentía un gran respeto y admiración por la cultura mapuche. Así lo demuestra su profusa obra fotográfica y audiovisual, en la cual buscó no solamente difundir la riqueza de la cultura tradicional mapuche, sino también promover puntos de vista diferentes en los que se pone en el centro el valor y la riqueza de la vida y el quehacer de las personas, destacando su cosmovisión, sus tradiciones y sus oficios. De hecho, con el tiempo él fue desarrollando una especie de sentido de pertenencia con el pueblo mapuche, con sus costumbres y creencias en particular, hasta con sus modos de vida.

Él siempre decía que se sentía mucho más cercano a las culturas indígenas latinoamericanas que a la cultura occidental, aun cuando su herencia familiar italiana marcaba muchas de sus ocupaciones y prácticas como “artesano”.

Esa admiración por la cultura tradicional mapuche alimentaba su amor y respeto por el bosque (que nunca vio como un recurso para explotar, sino como una fuente de diversidad y vida a la cual proteger y cuidar), la fauna autóctona, los ritmos propios de la naturaleza, el invierno más tranquilo y dedicado a las tareas al interior del hogar, y las primaveras y veranos muy “hacia afuera”, haciendo de todo, todo el tiempo, incluyendo las tareas de preparación para el invierno que ocupaban una parte importante del verano. Durante los últimos 15 años, fue también apicultor. Se convirtió en el cuidador de una hermosa reserva de bosque valdiviano en el sector de Nalcahue, entre Villarrica y Panguipulli. Esta reserva se convirtió en su pasión y, a la vez, en su mayor responsabilidad, ya que le demandaba una gran cantidad de tiempo y esfuerzo. Nuestra intención es mantener esta reserva en su nombre, como parte de su legado. Desde allí, él también estableció un vínculo con la cultura mapuche, ya que el bosque que cuidaba con tanto esmero albergaba antiguos tineos, cuya corteza se utiliza en ceremonias como el Nguillatún. En el bosque se pueden encontrar ofrendas, dejadas por un machi que vive cerca, como parte de la recolección de hierbas y cortezas ceremoniales.

En resumen, su vínculo con el pueblo mapuche estaba presente en su interés por divulgar su profusa riqueza cultural y cotidiana, desde la cultura tradicional y también sus cambios y transformaciones, pero también en acciones cotidianas, asumiendo una vida austera en el campo y buscando múltiples formas de desarrollar una vida más sostenible y respetuosa del medio ambiente desde una mirada conservacionista.

El libro “Pewen”

Él decía que le debía una parte importante de sus logros y reconocimiento profesional a la Araucaria. Sentía que le había abierto una puerta, permitiéndole mostrar y hablar de un territorio único, como es el de nuestras cordilleras de la Costa y de Los Andes, y en particular de La Araucanía. Esa puerta abierta fue la de la fotografía naturalista, pero también la del compromiso con el pueblo Mapuche-Pewenche y sus formas de vida vinculadas a este árbol extraordinario o “reptil prehistórico”, como le llamaba su querido hermano Manuel, con quien iniciaron largos recorridos por los parques nacionales de La Araucanía.

Sin duda la Araucaria es reconocida como un símbolo de nuestra región y también como un elemento muy relevante de la cultura pewenche, sin embargo nuestro padre también la veía como un testigo del paso del tiempo y de lo efímero de la presencia humana.

Como escribe en su libro Pewen, Araucaria Araucana: “Ser parte del territorio, donde habita en las alturas la Araucaria araucana, Pewen para el pueblo Mapuche-Pewenche, resulta un privilegio; es vivir en un viaje permanente al pasado, es regresar en el tiempo, trasladarse hasta la era Mesozoica, y estando ahí, llenarse de asombro bajo sus altas copas, inmersos en una morfología de bosques de miles de milenios, entre sus fustes rugosos y ramas coriáceas, que a su vez hablan de formas y vestiduras antiguas para enfrentar cruentas batallas en inhóspitos y cambiantes climas. Su talla resuelta e imponente, agrupada en cientos de ejemplares que elevan sus columnas al cielo, generan sobrecogedoras catedrales naturales en las cuales sentimos la fragilidad y la transitoriedad humana. Por las noches, la bella simetría radial estrellada del Pewen, parece conectada al universo exterior: a constelaciones y galaxias donde fluyen diálogos insondables, desde las entrañas ígneas de la tierra, hasta el infinito espacio sideral”.

Si pudiéramos interpretar sus poéticas palabras, entonces, podríamos incluso aventurarnos a dejar de hablar de él como un individuo, sino como parte de un todo, de un ecosistema que incluye tierra y cielo y en el cual el Pewen es un viejo y sabio conector. Así mismo, llama la atención el hecho de que, a lo largo de toda su trayectoria, nunca dejó de sentir curiosidad por la Araucaria.

Quería acercarse más a ella, intentar conocerla y retratarla en todas sus luces, sombras, entornos, colores y temperaturas, reconociendo al final que no podía dejar de hacerlo; y así nace su libro, que más que un homenaje al Pewen es un retrato de todo aquello que no se puede nombrar, un lugar donde duermen las más sensibles emociones humanas, la conexión con nuestras raíces y antepasados, la materialidad de la naturaleza que a su vez nos invita a conectar con lo desconocido y los misterios de la vida y la muerte. Al mismo tiempo, retrata un fuerte deseo de permanecer y trascender a través de una obra fotográfica y poética.

Libro póstumo

Él pensó en el libro PEWEN como una forma de retribuir a la Araucaria las oportunidades y, en alguna medida, el reconocimiento que tuvo durante su trayectoria como fotógrafo y documentalista. Pero también describió el libro como un acercamiento emocional y estético a La Araucaria, como un viaje por las estaciones del año, junto al ciclo de este árbol y la naturaleza que le rodea y abraza. Sin duda este libro recoge toda una larga historia de contemplación del Pewen que inicia prácticamente al mismo tiempo que su carrera como fotógrafo, en los años 70’, junto a su hermano Manuel.

El espíritu científico y explorador que los caracterizaba los llevó a vincularse con los parques nacionales, liderando la unidad de fotografía del programa “Vida Silvestre” de la Corporación Nacional Forestal de Chile, impartiendo charlas educativas y elaborando archivos fotográficos sobre flora y fauna endémica, siendo la Araucaria el foco central de su quehacer. Como un hito anterior a la edición de su libro póstumo, en el 2016 realizó un laborioso trabajo de selección, edición y enmarcado de 49 fotografías naturalistas para la exposición fotográfica “Tierravisual, retrospectiva fotográfica de Juan Carlos Gedda”, que se exhibió en la Galería de Arte de la Universidad Católica de Temuco, y cuyo eje temático fue la Araucaria araucana. Sin duda este ejercicio fue la base para comenzar a forjar lo que sería su última obra fotográfica.

El libro PEWEN tuvo una primera edición completamente auto gestionada y financiada por él, y también gracias a la asesoría y colaboración de Antonio Larrea, su queridísimo amigo y compañero de trabajos y travesías, el prolijo trabajo de la imprenta ANDROS y el nuestro como familia, en su producción integral y distribución. Esa primera edición tuvo un tiraje de 400 ejemplares, de los cuales hemos resguardado algunos para donación a escuelas y bibliotecas de la región, como él quería, pero el resto se ha vendido casi en su totalidad antes del lanzamiento. Sin embargo, debido a que el libro tuvo una muy buena acogida y que nosotros como su familia más próxima pretendemos mantener y divulgar su legado, hemos acordado realizar una segunda edición con una importante editorial nacional. Esta segunda edición tendrá un mayor tiraje y podrá llegar a más personas, tanto en Chile como en el extranjero. Esperamos que el próximo año podamos contar más novedades sobre esta segunda edición y que muchos más ejemplares estén disponibles en diferentes librerías del país.

La vida como un todo

La verdad es que su forma de ver el mundo tenía una gran sincronía con las creencias del pueblo mapuche, o más bien con las creencias de las culturas indígenas originarias latinoamericanas, sobre todo en relación con el respeto por nuestro entorno y el planeta. Él nos llamaba continuamente a entender que lo que nos rodea no es una serie de recursos que debemos explotar para usufructuar de ellos hasta que se agoten. En ese sentido, buscaba vincularse a su territorio de formas profundas y significativas, mediante el trabajo y el desarrollo de sus habilidades como artesano, constructor y campesino, en suma, como creador. Pudiendo residir en otros territorios, optó por vivir en nuestra hermosa región de La Araucanía contribuyendo a ella, al mismo tiempo que evitaba dañar el entorno que lo rodeaba, siendo muy consciente de lo que su presencia causaba en él. Cuidaba de, en lo posible, no alterar la vida de la fauna autóctona y de la flora que le rodeaba. Esto significaba que no podía tener mascotas, por ejemplo, porque en el bosque cercano a su casa vivía una familia de zorritos y podían ser una amenaza. Tampoco plantaba árboles “exóticos” de rápido crecimiento, para no interferir en la reserva nativa que cuidaba. A su vez, era muy consciente de su consumo energético y su huella de carbono, que eran cuestiones que lo preocupaban permanentemente.

Tenía la convicción que el entender el mundo de esta forma no podía restringirse a una cosmovisión específica o a una cultura en particular… si no que creía que cada vez más personas tenían que contribuir a cuidar nuestro medio ambiente y evitar desgastarlo o explotarlo en pos de un beneficio económico puntual y pasajero. Nos decía con frecuencia que muchas de sus acciones se inspiraban en pensar en nosotros y en las futuras generaciones. Su compromiso con la región, sus habitantes y su geografía han quedado plasmadas en diversas obras fotográficas, audiovisuales, proyectos turísticos, y también en la formación de nuevas generaciones de audiovisualistas, periodistas y diseñadores.

Profundo respeto

Para nosotros es complejo poder pensar en alguna forma de resumir la vida de Juan Carlos. Cuando pensamos en él, vemos a alguien que se sorprendía ante el mundo, que nos invitaba al silencio para que pudiéramos acercarnos a lo que él veía y escuchaba con facilidad: los cantos de las aves, la presencia de un picaflor o una curiosa sombra sobre el volcán. Y es bonito pensar que quizás siempre fue así… desde niño, como hermano menor de una familia tradicional y bastante estricta.

Siempre de ojo inquieto, desafiante, consecuente y claro, transparente, amador de la naturaleza, el bosque, el otoño y la lluvia. Y por sobre todo con una gran convicción por lo que hacía. En general no le gustaba viajar y temía, de alguna forma, los grandes y extensos traslados, porque sabía de cerca los riesgos que implicaban. Sin embargo, navegó en el mar de Drake y en el océano Pacífico, estuvo náufrago en Quechol, en las cercanías de la Isla Mocha junto a su hermano Manuel, Ernesto “Pingo” González, Antonio Larrea, don Orlando Ortiz y otros colegas y pescadores; voló en aeroplanos que no estaban en muy buen estado, escaló acantilados con equipos de grabación que pesaban más de 15 kilos en la espalda… Estuvo en la Antártica y en la Selva tropical, en el desierto y en el bosque Valdiviano.

En definitiva, a pesar de buscar siempre develar los secretos de aquello que lo sorprendía, él tenía un profundo respeto por las situaciones y condiciones en las que hizo su trabajo como fotógrafo y documentalista. Pero eso nunca lo detuvo. Es decir, siempre manifestó una voluntad muy fuerte. Eso lo hacía ser él. Esa voluntad se evidenciaba en otros aspectos de su vida también: mudarnos para vivir experiencias en diferentes ciudades o localidades, aunque no toda la familia estuviera de acuerdo; hacer los muebles de la casa porque le apasionaba la madera, crear cosas y también, por qué no decirlo, el ahorro y la previsión financiera; ser tozudo en sus decisiones, porque había empeñado su palabra. Tenía creencias fuertemente asentadas y no temía luchar por ellas.

Un lugar magnífico

Muchas veces se presenta una situación que parece paradójica, donde un lugar magnífico puede ser también un espacio en disputa o un lugar desfavorecido en términos materiales o de bienestar socioeconómico. Pero estas paradojas son, en realidad, una forma de leer el mundo y dependen a su vez desde donde se mira: nos vamos convenciendo que nuestro entorno puede ser definido por adjetivos que a veces son opuestos o que a veces dependen del humor de quien tenga el poder de comunicar en determinado momento.

Nuestra región de La Araucanía ha tenido conflictos territoriales durante toda su historia, y en base a ciertos indicadores y al cruce de ellos puede ser clasificada como una de las regiones más pobres del país. No obstante, es la misma región que alberga los parques naturales, volcanes, reservas de bosque de selva valdiviana, una vida campesina muy activa e indispensable con una producción agrícola imprescindible para el país, además de permitir que convivan personas de diferentes identidades culturales.

Cada territorio que la compone tiene diferentes dimensiones e identidades, y en este entendido, nuestro padre prefirió destacar aquellos elementos que pusieran en alto el valor natural y por supuesto humano, de nuestra hermosa y compleja región. Eso le permitió moverse con relativa comodidad en la ciudad, pero sobre todo en el campo del sur, fotografiando y también haciendo documentales etnográficos y naturalistas. Si lo pensamos, fue muy versátil en su actividad profesional, pero sin duda era muy claro en lo que creía respecto a la situación paradójica de la región: si no fuera una región con un valor ecológico y cultural tan importante, no existiría conflicto. O quizá sería mucho menor. No es en realidad un contraste entre dos caras de una moneda (tener conflictos y pobreza, y al mismo tiempo tener una belleza natural tan exuberante). Son probablemente dimensiones diferentes de un mismo problema: un modelo de sociedad que no escatima en empobrecer territorios de países como el nuestro, siempre que las utilidades sean suficientes para afrontar el riesgo de invertir aquí.

En su caso particular, su compromiso con organizaciones ciudadanas y medioambientales fue permanente. En el último tiempo, contribuyó para apoyar la tarea de defensa de los humedales y ecosistemas dañados por la presión inmobiliaria, sobre todo en la zona urbana de Villarrica. Finalmente, es claro que necesitamos un modelo que permita poner en el centro a las personas y la sostenibilidad de nuestro país y el planeta a largo plazo. Sin duda, eso es lo que él creía.

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