José Albuccó, académico Universidad Católica Silva Henríquez y creador del blog Patrimonio y Arte
Se acerca el día del Nativitas, también mass of Christ ’s day, o Weihnachten, de acuerdo con algunos lugares de la geografía y la cultura, que en sus orígenes fue asociado a las Saturnales y el Sol Invictus.
Con motivo de esa celebración, en las primeras décadas del siglo XX, los niños y niñas de la clase alta chilena recibían muñecas de porcelana de rubias cabelleras, triciclos y trencitos metálicos y caballitos de madera, entre otros regalos. Así se aprecia en fotos de la época que se conservan en la colección del Museo Histórico Nacional, donde se les ve arreglados para la ocasión: peinados a la gomina, con camisa y corbata los varones, y las mujeres ataviadas con vestidos largos y con vuelos, cintillos y cachirulos en el pelo.
En tanto, los presentes más comunes que se les hacía a las damas para Nochebuena eran flores de pascua canastos de fruta veraniega, dulces chilenos y figuritas de greda que se vendían por montones en puestos instalados informalmente.
En esos años, en cambio, para los hijos e hijas de las familias populares acceder a obsequios navideños era una empresa casi imposible. Consciente de esa dificultad, en 1938, la Primera Dama de la República, Juanita Aguirre, decidió crear la “Pascua de los niños Pobres”, una iniciativa organizada por el gobierno, encabezado por Pedro Aguirre Cerda, que tenía como objetivo que a ningún niño o niños de escasos recursos le faltara un regalo. La campaña contó con el apoyo de importantes organizaciones sociales, como asociaciones de damas, sindicatos, el Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile, la Confederación de Comercio y el club Colo Colo que donó parte de la recaudación de un partido con el actual campeón de la Sudamérica, Racing de Avellaneda. Fue todo un éxito: el 24 de diciembre en la noche se entregaron más de 250 mil obsequios en una populosa ceremonia en la actual Plaza de La Ciudadanía, donde hubo fuegos artificiales y presentaciones del Orfeón de Carabineros.
Este espíritu de festividad masiva y caritativa se iría diluyendo a medida que avanzaba el siglo XX y XXI. Se comenzó a privilegiar la celebración privada de las fiestas, y se buscó imitar las costumbres de celebraciones europeas. Los diarios de la época señalaban que cuando “Misiá Juanita” creó su “Pascua de los niños pobres”, en Chile esta festividad ya comenzaba a tener un talante esencialmente familiar y centrado en la infancia, como efecto de la inmigración europea y de la creciente influencia norteamericana, lo que marcada el ideal de una Navidad feliz.
En los siglos anteriores, la Navidad era una fiesta popular en la que se celebraba en la calle el nacimiento del Hijo de Dios, siendo una valiosa instancia de integración social. Hoy, en pleno siglo XXI, en un Chile desigual y desconfiado, necesitamos más que nunca momentos de encuentro ciudadano, como la Navidad de antaño, espacios donde podamos celebrar y reírnos juntos, y compartir presentes, alegrías y bienaventuranzas.
Pero también requerimos políticas públicas que promuevan la inclusión como un eje rector de la acción el Estado, como buscaban los gobiernos del Frente Popular, no sólo en el instante efímero de la celebración navideña, sino que de manera estructural; para que nuestros niños y niñas pueden desarrollar todas sus potencialidades sin límites y también nuestros ancianos y ancianas puedan vivir dignamente su vejez.
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