Escribe: Escribano De Valencia

Este chilenismo que cierra cualquier discusión, incertidumbre, decisión coyuntural o duda, nos remite a una respuesta que proviene del sentido común. Tan conocido, pero no siempre bien ponderado, ya que muchos también expresan que ese razonamiento menos especulativo o abstracto no siempre es el más común; debido a que en más de una ocasión, nosotros mismos ante la duda; en algunas oportunidades fundadas y en otras muy superfluamente, pensamos que es “mejor no ponerle”; y es bastante lógico, la duda para la filosofía es también comprendida como un “método”, gracias al cual se comienza a transitar la aventura del conocimiento certero, que en definitiva todos necesitamos para hacer algo, decidir o estar tranquilos.

Por esta misma razón, en estos días las vacunas, y todas las dudas que ellas generan en la población ha sido una discusión de carácter ético-moral, que no ha dejado indiferente a nadie. Y resulta un tanto simpático ver cómo la misma ciudadanía más decidida, anima a la otra ciudadanía un tanto reticente y dudosa a vacunarse. Y es que no se trata de una cuestión que se cierra en nosotros mismos; porque si bien es cierto, -lo digo desde mi limitado conocimiento del tema- el que recibe la vacuna es cada uno personalmente, aceptando un mínimo de riesgo de posibles contraindicaciones –que nadie espera- tampoco, no es menos cierto que vacunarse implica una responsabilidad social; un compromiso no solo consigo mismo, sino también con las demás personas, porque aquí más allá de las políticas del gobierno de turno, se trata de una cuestión de salud pública, es decir, la salud pública es –indudablemente- en su gestión responsabilidad de un ministerio que la dirige, pero ha de ser al mismo tiempo un desafío de todos/as. Entonces, desde el sentido común nos trasladamos al bien común, y ¿quién podría, a primera vista, expresar que la salud es un bien común a todo un colectivo? La verdad es que no aparece como si se tratase de una cuestión asociada a ese “bien común” porque no se trata de un monumento, ni un elemento tangible a simple vista, pero sí que lo es, por eso mismo esperamos y exigimos una salud de calidad para todos, una mayor cobertura, etc. Nos importa que la salud sea una garantía ciudadana que esté al alcance de cada persona, y que no sea un privilegio solo de aquellos que pueden pagar. Todo lo cual nos hace claramente ver que la salud no es solo una cuestión pública, o de la cosa pública (res-pública, la cosa pública, de donde proviene el concepto de República), sino que es un “bien común”, y ese bien común hay que cuidarlo entre todos/as.

Una imagen conocida para todos, a propósito de la salud, es la que se encuentra en la simbología médica, y que, entre muchos antecedentes históricos y culturales, tiene también un reflejo en la misma Biblia, la serpiente de bronce, o serpiente abrasadora puesta sobre un mástil (Libro de los Números 21, en el AT) que está presente en el emblema del colegio médico, en las ambulancias, en la publicidad de las antiguas farmacias o boticas. Y que recuerdan ese evento bíblico donde los israelitas en el desierto clamaron a Dios arrepentidos para que tuviese clemencia, y los sanara de las mordeduras venenosas y mortales de las serpientes. Y Dios mismo, hace a Moisés en una forma totalmente fuera de lugar para la lógica del Antiguo testamento –iconoclasta acérrima- construir y elevar una imagen, la mismísima de dónde provino el mal, la serpiente de bronce, que debía ser elevada y quien la viese se curaría; casi una vacuna de la antigüedad. Es decir, se transforma en una estrategia de salud pública, la que le corresponde llevar a efecto a Moisés; porque su gran preocupación es que todos se sanasen, o ¿se salvasen? Ah, lo que pasa es que maravillosamente “sanación y salvación” tienen la misma raíz latina: Salutis. Por tanto, “sanarse”, que sentimos como una responsabilidad personal con este bello matiz, nos hace entender que no podemos “sanarnos solos” debemos pensar que, al buscar la sanación, estamos buscando también “la salvación” de todos/as. En resumidas cuentas, parece que cuando se trata de dejar de lado aquello de “sálvese quien pueda”, aplica en este caso, a pesar de las dudas y, siguiendo y buscando el bien común, que “entre ponerle y no ponerle, es mejor ponerle”.

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