Cuando la ética se convierte en juicio

Por Catalina Rodríguez Vergara

Gracias a la virtualidad, experimentamos una sobreabundancia comunicativa sin precedentes. Plataformas como Tiktok e Instagram sostienen una topología de anfiteatro que brinda un espectáculo audiovisual, cuya tribuna está abierta para expresarse con un enorme potencial de audiencia. Esta democratización ha permitido la inclusión de voces que antes eran marginadas, pero también es utilizada por haters (personas que atacan virtualmente a personas, especialmente famosas) paramagnificar voces de disgusto.

Los hatersenvían un mensaje segregador que, paradójicamente, cohesiona grupos. Se vinculan en torno al odio[1] y a un horizonte ético compartido, que usan para calificar la moralidad ajena como ‘correcta’ o ‘incorrecta’[2]. Estos juicios, que discurren entre los comentarios, surgen de un consenso moral tácito entre haters. Ejemplo de ello es Emilia Dides, quien al anunciar su gira musical, oleadas de haters se burlaron de su supuesto escaso mérito artístico.

La estructura del anfiteatro virtual potencia la separación entre usuarios, entretejiendo un enjambre digital[3] de individuos aislados, que por su fugacidad y recambio, carecen de una fuerza política que permita el pensamiento crítico sobre la ética. Esto significa que, tanto en la masificación de comentarios de hatecomo en las ahora llamadas “comunidades digitales” existe una unidad ilusoria e imposible por la mera estructuración social que propone la virtualidad. Así, la ética en redes se transforma en hipercrítica moralizante, fragmentada, sin lazos sociales sólidos ni reflexión.

Lo vemos en el almuerzo familiar, en la calle o en las salas de clases: la virtualidad da una ilusión de abundancia comunicativa, pero en lo ético rigidiza y agudiza la crítica. La atención no se posa en el otro, sino en cuánto se parece o se aleja de mi propio reflejo.


 

 

 

Comparte esta publicación en tus redes