Escribe
Escribano de Valencia
Es muy evidente que conforme pasa el tiempo, la foránea festividad de Halloween va entrando con más fuerza en nuestra cultura popular, y así pasa normalmente con todas las tradiciones que nutren nuestro imaginario colectivo. Para muchos es una cosa que no nos representa, o es contraria a nuestra cultura, pero más allá de todo eso, ya llegó, y lo hizo para quedarse. Tal vez la asimilación que hacemos entre nosotros, hace relación a que alguna de sus características sí nos interpreta, o no nos resultan del todo extrañas, sino no la haríamos nuestra.
A mi parecer muy personal, siento, más allá de una mirada supersticiosa o algo prejuiciosa, que hay cierto lado más oscuro, menos bello a la mirada de los demás que necesitamos traslucir, y por eso no nos negamos a vestirnos con motivos de Halloween. Y justamente porque no podemos dejar de lado ninguna de las dimensiones de la vida, incluso a aquellas que a simple vista queremos esconder o no mirar. Creo que Halloween no es una fiesta enemiga, ya que nos da una oportunidad para conocer miradas e interpretaciones diversas de las distintas dimensiones de la realidad.
Por otro lado, está la tradicional fiesta de todos los santos (“todo santo”, dicen normalmente las personas) y la conmemoración de los fieles difuntos. La primera hace alusión a la doctrina del catolicismo de que hay muchos santos anónimos que no están en el catálogo de los conocidos, y que merecen ser celebrados; incluso “más” de alguno de nuestras propias familias.
Y me detengo particularmente en la otra cara de las fiestas de estos días, que es menos nombrada, pero que definitivamente es la que más nos mueve, la llamada “conmemoración de los fieles difuntos”, y lo hago pensando en que muchos de nosotros, con especial afecto e interés, nos trasladaremos a los cementerios, donde reposan nuestros seres queridos. En efecto, al decir “descansan”, recordamos que “cementerio”, significa “dormitorio”, con lo que decimos que es mucho más que una “necrópolis” o ciudad de los muertos. Con cementerio aludimos a la fe, que está impresa en el corazón más allá de cualquier confesión, de que algún día despertaran o despertaremos nosotros mismos para poder abrazarnos definitivamente.
Es lindo ver como la memoria de los nuestros nos moviliza; es más, muchas personas se transportan a sus pueblos y ciudades natales, donde justamente quieren rendir un homenaje a los suyos, ornamentando las tumbas con flores, y haciendo un sentido “recuerdo” de aquellos que nos han precedido en la experiencia de la muerte. La palabra “recuerdo” justamente permite conectarnos con la memoria no solo en el sentido intelectual, es decir, de aquello que permanece en nuestras mentes, sino que refiere a que volvemos a “pasar por el corazón” (re- cordis), como un ejercicio que hace justicia a los nuestros, porque la verdadera muerte es el olvido, como recordarla película Coco.
Y al mismo tiempo recordamos a nuestros difuntos; haciendo una memoria agradecida de todos ellos, porque para el creyente la “memoria”, es mucho más que una capacidad cognoscitiva, es un espacio existencial de encuentro consigo mismo, con su historia personal; con los hermanos y sin duda con Dios.
Amigo y amiga lector/a celebremos también en familia, y aprovechando el tiempo juntos meditemos sobre el valor de la vida, y también de la muerte, no sólo viendo a ésta última como el final, sino como parte de la primera; y como una hermana de camino, con la que algún día nos encontraremos, a través de la cual entraremos a una dimensión nueva de la realidad, que están más que celebradas y evocadas en estos días.
Abrazos para todas y todas