Además de participar en la primera expedición chilena que llegó a la cumbre del Everest (8.848m) en 1992, el ingeniero trajo consigo importantes enseñanzas personales que comparte en esta entrevista, algunas de ellas para convivir con la pandemia, y otras para aplicar durante toda la vida.

¿Cuáles fueron las principales enseñanzas obtenidas en la expedición al Everest?

De la experiencia del Everest me quedaron muchísimas enseñanzas, pero una de las más bonitas es que somos seres mucho más grandes de lo que imaginamos, en esencia somos seres ilimitados pero en la vida cotidiana vamos experimentado limitaciones producto de nuestro libre albedrío. Frecuentemente elegimos o aceptamos pensamientos y emociones negativas de mí y de mis circunstancias que van creando la sensación de que “no valgo”, “no soy suficiente” o “no puedo”. Al negarme, cierro toda posibilidad de que algo ocurra. En cambio al revés, si en lugar de negar mis capacidades decido reforzarlas y decir “sí, “sí quiero”, “sí valgo” y “sí puedo”, entonces todo cambia. Ahí todo se abre y las cosas ocurren porque he dejado abierta la puerta a mi potencial, a la fuente ilimitada de creación que hay dentro de mí, y descubro que “yo soy” todas las posibilidades de ser. La realidad no nos acontece, la realidad la creamos nosotros mismos.

Ahora bien, para poder afirmar “sí, yo soy capaz y puedo alcanzar ese tesoro que hay en mí”, debo reconocer ese tesoro, valorarlo, creer en mí, y amarme incondicionalmente por el sólo hecho de existir, de ser único y extraordinario, donde por lo tanto, no se puede dejar entrar ninguna idea que limite la belleza y grandeza de este tesoro que “yo soy”.

También aprendí que no estamos solos, que hay algo maravilloso que nos une. Comúnmente se piensa que las personas son individuos separados, que tienen vidas independientes unos de otros, pero en mis experiencias de montaña conocí algo distinto: que hay sólo una vida compartida por todos, que es nuestra esencia, que cada uno de nosotros somos una manifestación única de esa vida, “la vida”. Y es esta vida la que mueve nuestro corazón y el corazón de los demás, la que nos hace respirar, movernos y llegar a ser los seres extraordinarios que somos. Por eso es preocupante ver lo que pasa cuando nos miramos como seres separados, es como estar ciegos, es negar esta unicidad y propiciar la división, es cuando el ego ha tomado el control, cuando el individuo transita al individualismo y al egocentrismo pretendiendo ser distinto, y ser superior los demás. Cuando realizamos grandes logros nunca estamos solos. Yo nunca hubiera sido el primer sudamericano en la cumbre del Everest sin la participación determinante de mis compañeros de expedición. La clave está en reconocer mi valor y también reconocer el valor del otro, y en este reconocimiento unirnos para crear un nuevo cuerpo que integra mi potencial junto al de todos los demás. Juntos somos mucho más que separados.

Constituido el equipo enfrentamos el desafío, pero no podemos hablar de que “conquistamos” el Everest, la montaña se puede escalar y a veces alcanzar su cumbre pero una montaña no puede ser “conquistada” por el hombre. Lo que si podemos conquistar es a nosotros mismos, conquistar nuestras debilidades y dejarlas atrás, y también conquistar nuestras fortalezas, reforzarlas, y ponerlas en cada paso de ese camino que vamos a transitar. Recorrer este camino es una invitación a vivir más pleno, y seguramente nos va a enriquecer más que todo el aplauso que podamos recibir por alcanzar la cumbre.

¿Qué significó ser los primeros sudamericanos en llegar a la cumbre del Everest?

Independiente de nuestra nacionalidad, en nuestro caso lo importante fue formar un equipo de primer nivel.

Por ejemplo, Dagoberto Delgado era un escalador técnico, audaz, que era necesario para superar una pared vertical compleja. Christian Buracchio, otro escalador técnico, era el encargado de asegurar nuestras cuerdas, de las que dependían nuestras vidas, y a 8 mil metros, en nuestro último campamento, decidió no atacar la cumbre para guardar sus energías y apoyarnos en el descenso. “Cuando tú llegues a la cumbre, yo voy a estar llegando contigo”, me dijo.

Todos los integrantes de la expedición aportaron algo importante al equipo: Juan Sebastián Montes, el más joven, técnico y fuerte, con ganas; el jefe de la expedición, Rodrigo Jordán, que llegó a la cumbre y fue capaz de gestionar los 500 mil dólares necesarios para financiar la expedición; Alfonso Díaz, médico, jefe de cirugía del Hospital Sotero del Río, era capaz de intervenirte con una cortapluma en cualquier lugar; Claudio Lucero, el chileno con más experiencia en montaña, era capaz de olfatear el peligro y gracias a ello evitamos que grandes avalanchas arrasaran el campamento; y yo, que no tengo ninguna de esas características, pero que a 8 mil metros me siento muy bien, probablemente sería el con más posibilidades de llegar a la cumbre, pero gracias el aporte de cada miembro del equipo.

Al entender el trabajo en equipo de esta manera, como una suma de capacidades, de pasiones y de voluntades se puede volar, se puede conseguir casi cualquier cosa, incluso lo que parecía imposible. Es todo lo contrario a lo que ocurre en la sociedad actual, donde todos quieren separarse y distinguirse en forma individual. Fuimos la segunda expedición a nivel mundial en subir por esa ruta, la pared del Kanchung, una de las más difíciles del Monte Everest, y eso fue exclusivamente gracias al trabajo en equipo de seis escaladores y un médico.

¿Qué ha significado esta pandemia, de acuerdo a su experiencia, cómo la interpreta?

Esta pandemia ha significado aislamiento, inmovilidad, miedo e incertidumbre. Pienso que primero debemos ver cómo lidiar con estas emociones, y luego ver cómo mirar este espacio en que estamos confinados por largo tiempo. El encierro permite desarrollar rutinas y actividades que de otra manera no habrías realizado jamás. Aquí hay dos caminos: o me quejo de todo lo que me está aconteciendo y me resisto a estas circunstancias, a esta nueva realidad, o lo abrazo y digo ¿qué hago con esto? , porque ya no podemos volver atrás, acá va a quedar una situación distinta permanente y tendremos que vivir con esa nueva realidad.

En nuestra experiencia en el Everest, si hubiésemos utilizado la estrategia normal de ascenso en esta ruta que era de alta complejidad, quizás no hubiésemos llegado nunca a su cumbre. Entonces, en vez de quejarnos, inventamos cosas e hicimos cambios, muchos cambios al plan normal: sólo como un ejemplo, el día de la cumbe llevamos ollas para producir agua, muchas provisiones, y subimos de noche cuando la mayoría va de día, ¿para qué?, para tener tiempo y poder salir de ahí si algo se complicaba, escalar de noche para volver de día cuando todos lo hacen al revés. Esto significó llevar mucho más peso y tuvimos que prepararnos dos años para levantar el peso de las mochilas. Gracias a ese tipo de cambios, pudimos transitar por una nueva realidad de manera exitosa.

Entonces, en el estado actual y como se ve el futuro, los invitaría a re-mirar nuestra situación, a mirarnos hacia adentro (¿quién soy, qué es lo mío, qué me entusiasma, qué hacía antes y qué quiero hacer ahora, hago actividad física, cómo me alimento, ahora que no tengo que correr qué experiencias quisiera vivir?), ver nuestras oportunidades y ponernos en marcha para ser felices en esta realidad nueva, que nos puede llevar tan lejos como podamos imaginar, siendo positivos, con entusiasmo, con alegría. Miremos esta pandemia con ojos embellecidos, con ojos renovados, y esa mirada nos va a permitir salir airosos de este lugar, y lo que es mejor, llegar a nuevos lugares que nunca imaginé.

¿Qué recomendaciones le haría a los jóvenes, para cuando puedan volver a salir tras la pandemia?

Cuando los jóvenes puedan volver a recorrer el país y reencontrarse con la naturaleza, yo les recomendaría que cambien una práctica que tenemos instalada en la cultura de estos tiempos: estamos acostumbrados a la acción: hacer, hacer, hacer, vivimos acelerados, vivimos ocupados, y esa tendencia no tiene que ver con nuestra esencia. Entonces, cuando vamos a la naturaleza, tenemos una posibilidad que podemos aprovechar o podemos perder. La posibilidad consiste en escuchar la naturaleza, recorrerla, sentirla, calmarnos y disfrutar, esperar a que pase algo, no llenemos el espacio con nuestra mente, con palabras o con celulares. Caminemos, miremos, el ideal es que logremos sintonizar con la frecuencia de la naturaleza. Cuando lo logramos es como un bálsamo, te baña como un canto suave.

Y la razón de esto es muy simple: cuando algo nos gusta en la naturaleza, un paisaje, un lugar, es porque dentro de mi hay algo alineado, sintonizado con eso que estoy contemplando, estoy reconociendo algo de mí en ese lugar, en el viento, en el frío, en el sol… La naturaleza no me quiere mostrar quién es ella, me quiere mostrar quién soy yo, qué estoy sintiendo, qué me agrada, qué me emociona, qué me incomoda, todo esto no es lo que estoy percibiendo afuera en la naturaleza, soy yo que estoy hablando cuando la naturaleza me mira. Y esto, es muy poderoso. Un acto simple, pero transformador, un momento de conexión con Dios.

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